El despertador suena exactamente a las 6:15. No he dormido mucho, llevo muchos días durmiendo poco, pero no me cuesta despertar. Es más, me siento hasta descansado. El tiempo justo para dar una croqueta controlada en la cama hasta las 6:30, y levantarme para preparar el equipaje, nos vamos. Me quedo sin tiempo para el desayuno, hemos quedado a las 7 en la puerta del hotel. No importa, hoy en el estómago no hay un monstruo pidiendo manduca, hay mariposillas revoloteando.
Y ahí está. Christian, uno de nuestros guías, puntual como siempre, y fiel a su ritual. Un bote de redbull en cada mano, y varios cigarrillos apurados en el cenicero de la puerta del hotel, el último coincidiendo con mi aparición. Me pregunto qué hará este hombre por las noches, teniendo en cuenta lo que se mete cada mañana como desayuno. Quizá por eso siempre es el primero, puntual como un reloj.Tres Volkswagen Transporter circulando a -6ºC por la penumbra. Es una temperatura suave, a pesar de todo, teniendo en cuenta que estamos en el interior de Suecia, y que ha habido que cambiar el programa del rallye por falta de nieve. Pero la nieve llegó, y ahora hay de sobra. La carretera semihelada, los neumáticos no son de invierno, pero Christian y compañía conducen como si fuéramos camino de la playa intentando llegar antes del atasco. Me pregunto qué pasaría ante una frenada de emergencia, pero la atención se centra rápido en otro sitio. Hace mucho frío. El vaho que genera mi cuerpo se congela en la ventanilla, la calefacción trasera no funciona esta mañana, y detrás de mí tengo a dos checos que no paran de hablar y de reírse. A gritos. A las seis. No es la primera vez que me toca con ellos y siempre están igual, no sé qué me pone de más mala leche, que me griten mientras intento despertar pacíficamente o que se rían todo el tiempo sin saber por qué. Estos tíos ganarían un concurso de chirigotas gaditanas sin despeinarse. Se les entiende parecido.Muy cerca del punto de encuentro, una patrulla de policía, y girando la esquina, ya en medio de un bosque, una ambulancia. Qué tranquilizador todo… unos cuantos comisarios, personal de seguridad, y hemos llegado, justo cuando iba a quitarme una bota para dejar la suela tatuada en la cara a un checo gritón.
Hoy es 14 de febrero de 2016 y estoy en el mítico Colins Crest del rallye de Suecia.Amanece, y por la boca suelto bocanadas de vaho dignas de un alce en celo. Pero no hay nadie aquí. ¿Qué ha ocurrido? el suelo es testigo y víctima de una fiesta desaforada en la que los rednecks nórdicos (¿yellow necks?) se dedican a pasar el día quemando salchichas con una hoguera y a meterse cervezas y botellas de Jagermeister hasta perder el sentido. Zona de guerra. Huele a queroseno, pero uno no sabe si es el combustible para el fuego o el aliento del pueblo sueco, resonando. Al final, el rallye es lo de menos. Muchos están de espaldas a la carretera, a lo suyo (ponerse hasta el culo, de culo a la carrera). Ayer fui testigo de cómo uno de ellos se tropezaba y caía en una hoguera y se levantaba sonriendo, sin darse cuenta, ofreciéndome un trago de su botella medio vacía. Con tanto alcohol en el cuerpo, no sé cómo no combustionó.
Pero hoy no hay nada de eso. Sólo rastros de fuego, botellas quemadas y muchas pisadas humanas. De aquí a 4000 años un arqueólogo marciano encontrará vestigios de lo que fue un ritual humano de origen desconocido y fascinante. Pero hoy el Colins Crest está vacío. O casi. Allí, al fondo, algo ha arrancado y lo ha llenado todo con su sonido. Hoy voy a asistir al Colins Crest, pero no como espectador, sino como copiloto. A bordo de un Polo WRC oficial. Ni más, ni menos.El briefing dura menos de 2 minutos. Hay poco tiempo y 14 personas elegidas para tal acontecimiento. Esto para un aficionado al motor es algo así como si en tu casa Popular TV y 13 TV están sintonizadas en el 1 y el 2 y un día te llaman para ofrecerte ser bautizado en una misa privada en la catedral de San Pedro con el papa Franchesco como maestro de ceremonias. Una experiencia única, irrepetible.Nuestro anfitrión también lleva hábito, pero en su caso es ignífugo y lleno de parches de colorines. No acabo de imaginarme a un cura con publicidad de ESSO, Red Bull y Michelin. En este oficio el vino está prohibido, y las hostias no se reparten, pero te puedes dar una bien grande. Nuestro pope es Dieter Depping. Un piloto con un historia que asusta*. Dieter es un tío risueño y con cara de estar un poco pirado, su mirada tiene un punto pícaro y al tiempo incisivo, cuando te encara es como si te enseñara el filo de una navaja que asoma de su bolsillo mientras te acaricia suavemente la nuca. Hay que estar un poco mal de la cabeza para pasarse 24 horas a más de 300 en el circuito de Nardo, y él lo hizo, entre otras muchas cosas.
Nada más nos dan dos consejos: Que si algo va mal lo digamos, y él, ya si eso, levantará el pie (llevamos el kit completo de copiloto, incluido el casco con intercomunicador), y dos, que en el salto mantengamos la cabeza levantada, que no la agachemos, ya que si algo sale mal podría producirse una ensalada de vértebras. Por si el mono, las mil protecciones y ajustes no son suficientes, también llevamos el dispositivo HANS.Comunican el orden de participación. Me ha tocado el tercero. Leches. No está mal, no hay mucho tiempo para pensarlo, sólo que para mis adentros preferiría quedar entre los últimos, cuando Dieter ya esté suelto y caliente y arriesgue un poco más. Si hay que morir, que sea a lo grande, joder. Pero bueno, calculo que para el tercer salto ya habrá tomado referencias más que de sobra, vuelta de reconocimiento aparte. Así que corro a una espartana cabaña de madera cuyo objeto decorativo más lujoso es una estufa de butano sacada de la serie Cuéntame, y empiezo a cambiarme. Después viene el casco, un casco tan pequeño para mi aventajada almendra (en su talla más grande) que cuando me lo intento enfundar, aparte de sentir un dolor espantoso, pierdo la mitad de mi capacidad cognitiva por falta de riego sanguíneo. Por un momento el terror a no poder dar el salto por no poder enfundarme el casco me asalta. ¡¿pero cómo eres tan cabezón, tío?! No hay vuelta atrás. Me lo encasqueto a martillazos. Dios mío, cómo aprieta. Estoy aturdido. Afuera el Polo ruge desforadamente y ya no hay más tiempo para cábalas. El coche va a llegar, y me toca subir. Los cámaras me buscan porque me toca.
Meterse en un WRC es un ejercicio divertido, igual que subir a cualquier coche de este tipo. Hay que pasar por el espacio que queda entre el chasis tubular y la carrocería, que viene siendo menos de la mitad de un automóvil normal. Y el mono también es «slim fit», así que después de varias piruetas (llevo botas) ya estoy… sentado encima del asiento. Encima, no dentro. No quepo. Pero esto ya no me pilla por sorpresa. Ya he aprendido que para vivir esto hay que convertirse en una morcilla de Burgos, así que dignamente embuto mis carnes en el asiento hasta quedar encajado. Ya veremos cómo me sacan de aquí después.
Mientras me colocan el HANS y todos los arneses, uno es consciente de que un piloto de WRC y su copiloto no podrían hacer lo que hacen, ni de lejos, si no fueran así de sujetos. Por suerte parece que puedo respirar y parpadear. Con eso creo que será suficiente. Sin muchos más preámbulos, arrancamos.
Salimos hacia la izquierda, dejando el Colins Crest a nuestra espalda y alejándonos (siguiendo el camino que se traza una vez se ha saltado). Dieter no se lo piensa mucho, pisotón y a empezar el baile. Lo que sucede a continuación es una combinación de curvas enlazadas a velocidad absurda y con el sonido del motor retumbando por el bosque.Es que no es sólo cómo corre, y lo fácil que va. Es que es el entorno. Es un bosque de árboles altos, estilizados, llenos de nieve. Y nosotros yendo entre semejante guardarraíl natural como si nos fuera la vida. Cualquier referencia anterior en un entorno así es un chiste. La sensación, por lo fácil y rápido, absurdamente rápido que va, es que estamos flotando sobre el suelo, que vamos en una alfombra voladora. Todo es fino, sincronizado e infinitamente veloz. Nada de golpes y sacudidas. ¡Pero si voy más apretado que un astronauta! Es increíble la capacidad que tienen estos pilotos para anticipar lo que va a suceder muchos metros más allá. Porque para conducir un WRC sobre la nieve hay que mover el volante muchos, muchos metros antes del lugar donde esa acción tendrá una reacción en la carrocería. Un piloto de WRC sobre nieve tiene mucho de pitoniso. No son pilotos, son oráculos del volante. Y los cabrones casi siempre aciertan. Porque a este ritmo los kilómetros no pasan, se devoran. Damos la vuelta poco más allá, hemos cruzado el Colins Crest en sentido contrario. Vamos, como no podía ser de otro modo, muy rápidos. Llegamos a un lugar donde está cortada la carretera al otro lado, golpe al freno de mano, giro de 180º, y sin tiempo para respirar, acelerón y a por el objetivo.
Quiero más, y juraría que le digo a Dieter gogogo, pidiéndole que no se corte, flat out. Vamos derechos al Colins Crest. Queda un kilómetro. La mente sólo está puesta en el salto. Justo antes del punto de despegue, el Colins Crest tiene una ondulación previa, que hay que tomar adecuadamente para no volar y esmorrarse contra el propio montículo principal, el que sirve de catapulta. Además, el camino de caída tras el salto no es recto, tiene un ligero ángulo abierto hacia la izquierda, por lo que hay que calcular a dónde vas y cómo caes para no perder la trayectoria. Es un salto muy técnico, de dificultad máxima. Todo eso te da tiempo a pensarlo, o casi, cuando ya no quedan más de 400 metros. Antes del Colins Crest hay una recta de unos 300 metros en la que se alcanza una velocidad notable. Es el punto más rápido.
Según el Polo gana velocidad a ritmo endiablado, las pulsaciones se aceleran. Te acercas a toda velocidad a un sitio en el que no ves qué hay más allá, tan sólo un rizo y luego la subida, la pista de despegue. Y el Polo sigue agotando marchas. TAC; TAC; TAC. Pasamos el rizo previo, un acelerón final y… ¡Estamos en el aire! No puedo evitar reír, reír igual que un bebé al que le hacen cosquillas por primera vez. La sensación en el aire es como si alguien ha pegado un tirón al suelo y nos lo ha quitado, el coche planea, alguien nos ha quitado el piso, la carretera casi no se ve, volamos majestuosamente como escalando los árboles… hasta que aterrizamos, ligeramente ladeados; el Polo como no podía ser de otro modo, tracciona y sigue su camino desbocado. Pasamos por delante del punto de fin de tramo, damos la vuelta y acelerón de nuevo, apurando hasta el último metro a ritmo de WRC, rubricado con un trompo que casi se lleva por delante a un belga con aspecto de french lover que se ha pasado todo el viaje intentado ligar con una periodista alemana la mar de arisca. Ojo con Dieter, Casanova.
Le doy la mano, le doy las gracias, y no le doy un abrazo y un beso porque ya están empezando el ritual de desmontaje y literalmente no puedo moverme. HANS, arneses, la fuga de Alcatraz… ya estoy en tierra firme. Balbuceo algunas palabras con los ojos humedecidos. Me voy a la cabaña de Cuéntame mientras a mi espalda el Polo WRC vuelve a rugir para cambiarle la vida a otro privilegiado. Por el camino, intento digerir y visualizar lo que he vivido, pero no soy capaz. 12 horas más tarde escribo estas palabras, aún aturdido, intentando conservar en caracteres un recuerdo que espero no se borre nunca de mi memoria. Quizá el salto haya durado menos de 2 segundos. Como en la película Contact, de vuelta a la tierra es posible que pocos crean que se puede sentir tanto en tan poco tiempo. Te doy mi palabra que es así. Yo salté en el Colins Crest. Gracias Volkswagen Motorsport.
(*) Dieter Depping es un piloto alemán de rallyes y circuitos, nacido en 1966. Es piloto oficial de Volkswagen desde 2001. Tiene más de veinte récords mundiales de diversas categorías de competición de automóviles. Es tres veces campeón de ralyes de Alemania y dos veces de Holanda
- Ganador de la Deutsche Rallye-Trophäe el Volkswagen Golf GTI en 1990.
- Campeón de Alemania de rallyes en grupo N en 1991 (Con Ford Sierra RS Cosworth 4×4);
- Campeón de Alemania de rallyes en 1992 (copiloto Klaus Wendel, Ford Sierra RS Cosworth 4×4);
- Campeón de Alemania de rallyes en en 1993 (copiloto Peter Dhul, Ford Escort RS Cosworth);
- Campeón de Alemania de rallyes en 1994 (copiloto Peter Dhul, Ford Escort RS Cosworth);
- Campeón de Alemania de rallyes en Grupo A 2L en 2001 (VW Golf IV Kit Car);
- Campeón de Holanda de rallyes en 1993 (Ford Sierra RS Cosworth 4×4);
- Campeón de Holanda de rallyes en 1994 (Ford Escort RS Cosworth);
- West Brabant Rally en 1997 (Ford Escort RS Cosworth CMR);
- Subcampeón de Europa de Rallyes en 1994;
- 3º del campeonato de rallyes de Alemania en 1996 y 2001;
- 4º del Campeonato de Europa de rallyes en 1993 y 1996;
- 4º del Campeonato de rallyes de Holanda en 1997;
- 4º del Campeonato de Europa de rallyes en Fórmula 2 en 2001.
- Tres veces ganador del (ADAC Rallye de Alemania) en 1994, 1996 y 1997, Ford Escort RS Cosworth;
- Ganador del Rally de Hellendoorn (Holanda) en 1991, Ford Sierra RS Cosworth 4×4;
- Rally de oro tulipanes Hellendorn / Nijverdal (Holanda), tres veces ganador en 1993, Ford Sierra RS Cosworth 4×4, en 1995 Ford Sierra RS Cosworth 4×4, y en 1997 Ford Escort WRC;
- Rallye Hunsrück en 1994 con Ford Escort RS Cosworth WRC, y en 1995 con Ford Sierra RS Cosworth 4×4;
- Ganador del Semperit Rally 1994 con Ford Escort RS Cosworth;
- Gnaador Rally Tres Ciudades en 1996 con Ford Escort RS Cosworth;
- 3º del rally-raid de Europa Central en 2008 (VW Race Touareg II);
- Participación en el rally París-Dakar en 2007 (26º, con VW Motorsport (camión)) y en 2009 (6º, con VW Race Touareg II);
- 24 Horas de Nurburgring en 2007 (vencedor de su clase, con VW Golf GTI)
- 24 Horas de Nurburgring en 2008 (2º de su clase, con VW Scirocco)
Galería fotográfica
Comentarios recientes