Escribo desde un aeropuerto. Vengo del lavabo. Es un aeropuerto moderno, de esos que tienen lavabos automáticos. Ya saben, de los que uno se sienta en la taza a disfrutar de la lectura de una buena revista de coches – preferiblemente inglesa – mientras realiza sus quehaceres y, al levantarse, la cisterna se activa automáticamente.

Esto permite que nadie se olvide de tirar de la cadena (obsoleta expresión) y de utilizar mejor los recursos. Es una buena idea… si funciona bien.

No ha sido el caso.

Estaba yo tan tranquilo con mis posaderas desnudas, repasando un artículo sobre ese Q7 gordo con motor de más de 600 CV al que llaman Bentayga, cuando, de repente, un frio caudal de agua ha ido a golpear esa zona tan sensible.

“¿Pero qué mierda es esta?”

Este automatismo, si funciona mal, es eso. Una mierda. Una hez. La satisfacción de usuario se va al ídem. Con gusto hubiese desconectado el sistema. Que cojones, hubiese arrancado el sensor de la pared.

En el mundo de la automoción pasa lo mismo.

Pongamos un automatismo muy común en nuestros vehículos: el limpiaparabrisas con barrido automático. Cuando funciona adecuadamente, es fantástico. Se adecua a la frecuencia de la lluvia y libera al conductor de una tarea en la que puede ser más o menos hábil, focalizando así su atención en lo que verdaderamente importa: conducir. Y con el parabrisas limpio. Pero, cuando no funciona bien, cuando en un día soleado, por reflejo del Sol sobre el sensor IR, hace una barrida en falso, el conductor puede pensar…

“¿Pero qué mierda es esta?”

Una vez lo pasará por alto. Más, se puede llegar a enfadar. Si pasa muy frecuentemente, lo desconectará y el sistema no servirá para ABSOLUTAMENTE NADA.

Imaginen ahora un sistema mucho más crítico para la seguridad. Un frenado automático de emergencia que se activa sin venir a cuento (pregúntenle a los usuarios de Volvo).

Y aquí entramos en el conflicto, en la necesidad de elección. Nada, ningún sistema es perfecto. Un sistema se puede calibrar para que no falle NUNCA. Pero, quizá, a costa de falsas alarmas. Más en el caso de aquellos sistemas de rendimiento pobre.

Otros sistemas se pueden calibrar para que no den falsas alarmas NUNCA. Pero a costa del rendimiento. Quizá no funcionen cuando deben el 100% de las veces. Quizá se queden en el  99.9%. O en el 98%. O en el 90%.

¿Cuál es el mejor compromiso? Pues nadie tiene la respuesta. Habrá gente que prefiera A, habrá gente que prefiera B.

Pondré un ejemplo concreto. Una marca de prestigio realizo una encuesta entre sus usuarios acerca del sistema de ayuda al aparcamiento. La mayoría estaban satisfechos, pero de entre los que se quejaban, la mitad se quejaba de que los sensores avisaban demasiado pronto, que eran muy alarmistas. La otra mitad… se quejaban de lo contrario. Que el aviso llegaba demasiado tarde, cuando estaban muy cerca del obstáculo.

Nadie tiene la receta perfecta. Pero deberá llegar para la conducción autónoma. O acercarse mucho a ella. Esto será objeto de otra entrada, pero a mayor nivel de automatización en la conducción, menor tolerancia a niveles de rendimiento por debajo del 100% y,  por lo tanto, la búsqueda de soluciones que reduzcan las falsas alarmas se convertirá en una de las prioridades.